No importa el éxito que haya tenido una iniciación impuesta por el grupo en un individuo: la operación es meramente una inducción, la apertura de los ojos del Iluminado, y sigue siendo cosa suya el iniciarse hasta el final. Esto es principalmente una cuestión de tiempo y experiencia. No puede esperar un cambio drástico y repentino como resultado de cada acto de magia(k) que realice, pero puede esperar que el efecto acumulativo de muchos actos mágicos lleve a cabo el efecto deseado (como quiera que lo defina), fuera o no la iniciación el objetivo o uno de los objetivos principales marcados.
La dificultad más real que imaginaria aquí, es la visión limitada del iluminado. Dado que no tiene experiencia de este estado en el que se está situando, y dado que este estado es puramente subjetivo, sólo puede trabajar mediante la intuición, y mediante el método de prueba y error.
La intuición abarca una gran parte de la magia(k), ya que en gran medida representa al organismo en lugar de la mente y su incesante diálogo interno. En el proceso iniciatorio los beneficios de la intuición se mejoran mediante una rutina flexible de operaciones mágicas y meditaciones, y con la supervisión e instrucción de una persona con una visión menos limitada. Que se le llame gurú, amigo o supervisor, dependerá de la relación.
Los maestros no buscan alumnos. Como sucede con los demás, la preocupación principal de un maestro es su propio desarrollo, y sólo cuando se le pide consejo o instrucción se convierte en profesor. Quizá enseñar sea parte de su aprendizaje.
Así pues, ¿que está intentando hacer el Iluminado? Obviamente estos cambios en el individuo y con la iniciación en sí, son un estado imposible de definir. Resulta también difícil de observar, ya que visto desde fuera el iniciado no es distinto de ningún otro hombre; realiza hacia dentro la mayor parte de sus milagros. Su actitud debería ser tomada como ejemplo, como lo debería ser la forma en que se relaciona con el trabajo que realiza; pero el Iluminado necesita más que esto para continuar. Podrían enumerarse algunas respuestas oblícuas a «¿qué proporciona la iniciación?»:
1.- Autoconocimiento
2.- Dinamismo mejorado
3.- Visión general más ámplia, de forma sostenible 4.- Aplomo
5.- Poder mágico
6.- Capacidad mágica
7.- Facilidad para la entrada en el estado genio/gnosis.
De estas, la más importante es la primera, al librarse uno mismo de las adiciones espúreas de la personalidad y confrontando y llegando a un entendimiento con el «Yo» real; el resto de las cualidades a las que se dirige la iniciación vienen de forma natural a medida que el conocimiento de las técnicas de la magia(k) se asimila en lugar de ser aprendido.
Para la magia(k) y el misticismo del Siglo XX, el autoconocimiento ha sido asumido como eje. Aleister Crowley, utilizando la traducción de Abramelin de Mathers como modelo, eligió llamarlo «el Conocimiento y la conversación del Sagrado Ángel Guardián», siendo «Ángel Guardián» un término tan absurdo para desafiar a la burla y trascender las limitaciones.
A la luz de las investigaciones científicas realizadas en las últimas dos décadas, este H.G.A. (Ángel Guardián) podría ser mejor considerado como un mecanismo censor, y no sólo en el sentido psíquico, ya que su función parece ser la de existir en el cerebro en sí. Según el profesor Le Gros Clark de la Unviersidad de Oxford, «estos grupos de células (el cerebro medio) son más que simples repetidores; son mecanismos que permiten ordenar y reordenar los impulsos de entrada de tal modo que sean proyectados al cortex cerebral en nuevos tipos de patrones.»
Esta perspectiva no sólo pretende defender el concepto de un universo creado por el observador en el que las percepciones se encuentran retorcidas, teñidas y limitadas según las tendencias del individuo, sino también la noción de acceso restringido a áreas de información de sumo valor para el mago.
Esta función cerebral es lo que elegimos llamar el H.G.A. Al escudriñar las observaciones y restringir el acceso a determinados tipos de información, actúa como un fusible, sin ofrecer ni mucho ni muy poco para ser analizado. También nos protege para que no veamos dentro de nosotros con demasiada profundidad, la suficiente como para encontrar los verdaderos horrores de la existencia. Al aprender a sortear esta función, el mago necesita la fuerza para enfrentarse a estos horrores laberínticos, y esto lo adquiere gradualmente a través de un conocimiento adquirido pacientemente con el mecanismo del H.G.A. en sí mismo, y el mosaico acumulado de lo que aguarda más allá. (ver la Gnosis Liminal; infra). Cada hombre tiene su minotauro, y el mago también tiene un ovillo. Este ovillo es su conocimiento de sí mismo. Puede ser obtenido de una multitud de formas, muchas de las cuales son bien conocidas por los aventureros de distintos caminos y creencias. Uno de estos sistemas, de entre los más perspicaces y esenciales, es el plantado por Lysis, discípulo de Pitágoras, bajo el título de «Los Versos Dorados de Pitágoras».
Estas líneas consagran al competo el proceso de auto-exámen o ‘autopsia’ dirigida hacia la iniciación. La traducción aquí proporcionada es de Aleister Crowley y Thessalonius Loyola.